Bifo Berardi, La fábrica de la infelicidad:
Cuando, en los últimos decenios, las comunidades rastafari jamaicanas han querido regresar a la madre África, sobre la que fabula la música reggae, y han llegado a la Etiopía devastada por la guerra civil y el hambre, han visto disolverse sus ilusiones de regreso a los orígenes en las áridas aldeas de Sheshami. Sucede siempre que se busca la autenticidad originaria. El origen no existe; es una ilusión nostálgica y peligrosa.
¿No le pasa algo similar al peronismo cuando ensaya la búsqueda del sujeto histórico de su doctrina? ¿Dónde están los trabajadores asalariados entre tantos de plataformas? ¿Cuál es la potencia del movimiento obrero organizado en un contexto de creciente flexibilización laboral?
Algo para aprender del libertarismo: fueron a revolver el tacho de la basura de la cultura para encontrar dispositivos teóricos que, al menos, luzcan novedosos. No interesa la eficacia de la teoría – la escuela austríaca de economía nunca fue un modelo aplicable; y no lo será. Lo que importa es la carga ideológica que puede movilizarse a través de ese dispositivo. A eso lo denominan pragmatismo. Y, con su apariencia innovadora, logra capturar la sed social por lo original. Una fascinación ante lo nuevo que ha sido inoculada mediante el aparato discursivo de Silicon Valley, eterno dador de revoluciones disruptivas. Aquí, una razón (tal vez, además) del éxito de los outsiders en la política.
En este sentido, sería errónea la pretensión volver a Perón desde Perón. Incluso, sería erróneo volver a Keynes para contar las bondades el Estado de Bienestar. Abandonar la nostalgia es una crítica que muchos pensadores de izquierda (Srnicek, por ejemplo) señalaron sobre la propia dinámica de los movimiento emanipatorios. La efectividad de esa estrategia antinostálgica se verificó del otro lado del arco ideológico.
Hay más chances de seducir políticamente desempolvando a (digamos) un viejo anarquista italiano borrado de la historia que recordando a Perón. Sobre todo, cuando la disolución del contrato social ha llegado a un punto tal que la propuesta de que la gente viva apenas un poco mejor (un anhelo en apariencia modesto) tiene ya una potente carga subversiva.
Y el peronismo es, como sabemos, un humanismo.