Algo sobre la última oración de este post:
Bifo Berardi: Cada vez más el trabajo consiste en intercambio de signos. La mercancía se ha semiotizado. Si lo evaluamos en términos ergonómicos, todos realizamos el mismo trabajo: nos sentamos frente a una computadora a tipear. Sin embargo, aquello que tipeamos (los signos que manipulamos) se corresponden con destrezas difícilmente intercambiables. Un contador y un arquitecto se sientan frente a una computadora idéntica pero uno no podría hacer el trabajo de otro. A diferencia de lo que ocurría durante el capitalismo industrial, en donde cualquier obrero era reemplazable porque su tarea consistía en la ejecución mecánica de un gesto en el que involucraba más su fuerza física que su capacidad cognitiva. El pasaje de Marx: el trabajo es una picadora de carne a McKenzie Wark: el trabajo es una freidora de cerebros.
Esto, que vale para la esfera de la producción de información (y en eso consiste fundamentalmente el trabajo cognitivo), opera en un paradigma regresivo con relación al consumo de información:
Antes nuestra habilidad de consumo consistía en interconectar los distintos fragmentos a los que éramos expuestos y distnguir de modo crítico sus relaciones. Ahora, esa facultad ha sido asumida como el talento del trabajador cognitivo: la persona que produce nueva información a partir de la ya existente.
Intercambiamos las competencias de producción y consumo, y así, el acercamiento a la información se ha vuelto fordista. Consumimos fragmentos sin percibir su correlación con otros fragmentos. Obreros del consumo de información – información que circula en una gran cadena de montaje ante la cual carecemos de cualquier aptitud crítica.
También, en Bifo: el ciberespacio puede expandirse sin límites. El cibertiempo no, en la medida en que está sujeto a la capacidad del organismo consciente para procesar los innumerables estímulos que circulan en la infoesfera. Así, se generan automatismos (y, como tales, acríticos) que empobrecen la sensibilidad.