Una idea fundamental en el estudio de Illouz sobre el amor es que, actualmente, la dinámica de los vínculos afectivos opera con la gramática de la economía neoliberal: economización de las relaciones sociales en general, y de la esfera romántica en particular.
En la medida en que el libro centra la problemática en las personas heterosexuales que intentan construir relaciones tradicionales, el abordaje se limita a extraer conclusiones únicamente bajo esta forma de amor. Así, una persona soltera iniciará una búsqueda de pareja accediendo a formar parte de un campo sexual (puesto que esta es uno de los criterios de selección que cobra cada vez mayor relevancia) en el que competirá con otros actores sociales. Para competir, cuenta con el capital erótico — una especie de moneda de intercambio para operar en este campo; su capacidad de despertar deseo sexual en otros agentes. Quien mayor capital erótico concentre triunfará frente a aquellos más desgraciados. Si la persona es un hombre, su estrategia consistirá en acumular tantas conquistas sexuales como le sea posible — ya que ésto constituye el ejercicio de dominación masculina contemporáneo, ante la pérdida de otras esferas en las que ese mismo ejercicio tenía lugar (como el hogar o el trabajo). El hombre aquí despliega su masculinidad, incluso frente a otros hombres. Si la persona es una mujer, su estrategia tenderá a lograr el compromiso del hombre, puesto que la dimensión del tiempo le afecta culturalmente de otro modo (su reloj biológico, el umbral del embarazo) y que la industria cultural ha hecho de la belleza un sinónimo de juventud; convirtiendo de este modo el rechazo al compromiso en un síntoma de época masculino. Y, a esta distancia en torno a las estrategias adoptadas por uno y otro, en una forma de dominación emocional que conduce al sufrimiento (principalmente de las mujeres).
¿Qué pasa con las formas heterodoxas de relacionarse? Por motivos metodológicos y de recorte de su objeto de estudio, este criterio no es considerado por Illouz.
Una pareja en una relación abierta no opera, en principio, de modo distinto en este campo de juego contemporáneo. De hecho, son aquellos que mejor entienden su funcionamiento. Un hombre en una relación abierta logrará sus conquistas sexuales e igualmente evitará cualquier forma de compromiso. La mujer adoptará una estrategia similar. Las formas heterodoxas de experimentar la propia sexualidad (nacidas de una contracultura: la de los años ‘60s) han convertido a los actores que la llevan adelante en los perfectos participantes de esta lógica social (y amorosa).
La contracultura como una máquina de producir neoliberalitos. Porque cualquier persona que se encuentre en una relación abierta, al ser consultada por los motivos de su decisión, dará un discurso similar: “uno no posee a nadie ni debe pretender poseerlo”, “mi pareja es libre de experimentar su sexualidad plenamente”, “finalmente me elige”, “elige volver a mí, lo que hace que me demuestre aún más su amor”. Sus motivos serán los que aún se conservan de los viejos discursos contraculturales. Un aparato teórico / emocional de más de medio siglo de antigüedad.
Por debajo de este compromiso que parece, a primera vista, absoluto (cada quien se relaciona con una variedad de personas en paralelo a su vínculo principal y sin embargo continúa eligiendo a quien es inicialmente su pareja) lo que se esconde es precisamente lo contrario.
Un hombre que al conocer a alguien le aclara que está ‘en una relación abierta’, ¿no está ejerciendo la dominación emocional de un modo aún más brutal que otro hombre simplemente soltero y esquivo al compromiso? Expone su subjetividad al relacionarse con una tercera persona y, en el marco de las condiciones en que establece esa otra relación (una forma de contractualismo), el compromiso ni siquiera puede ser nombrado. Es una posibilidad negada desde el comienzo. Esta censura es, en sí misma, una forma de construcción de poder. El verdadero dominio consiste en disciplinar al otro negándole incluso la posibilidad de expresarse. En algo que ni siquiera puede ser concebido, pensado, imaginado. Una dimensión por la que no estamos habilitados a ser asaltados imprevistamente. Una emoción extirpada de futuros posibles.
La contracultura como una máquina de producir neoliberalitos. Una paradoja que se verifica en que, bajo cierta renuncia al ego propio, se adquiere una madurez emocional que permite construir un vínculo alejado de conductas egoístas. Amor no posesivo, amor no egoísta. Amor libre. Si la capacidad de despertar deseo erótico es un capital simbólico en el campo del amor contemporáneo, éste deberá circular libremente en la esfera social como los flujos del capitales en la esfera económica. (¿No es Milei quien ha hecho de la palabra “libertad” un eje discursivo?). Lo que se convierte en un bien de consumo es el propio cuerpo. Sin embargo, la subjetividad aún está sujeta a las mismas formas de reconocimiento y validación. Así, uno mismo es, en definitiva, un bien de consumo.
Tal vez el éxito de este tipo de relaciones se explique en que encuentra argumentos que las sustentan en todo el arco ideológico contemporáneo: el progresismo lo sostendrá desde los discursos contraculturales que le dieron origen, y el conservadurismo neoliberal porque produce sujetos que hacen de la oferta y demanda una manera de entender (incluso) la propia corporalidad y, a través de ello, la propia subjetividad.
Los heterodoxos del amor, los perfectos neoliberales.
El estado de indecisión en cuanto a lo que amamos, provocado por la abundancia de opciones, el ideal de autonomía y la dificultad para entender las propias emociones a partir de la autoindagación, impide que sintamos un compromiso apasionado y que entendamos quiénes somos.
El ideal de autonomía.
Empecé a leer El sueño de vivir sin trabajar de Daniel Fridman: un análisis sociológico del emprendedorismo financiero. Aún no terminé ni la introducción, pero al inicio del libro se narra la historia de Guillermo, una persona que, tras leer Padre rico Padre pobre, se lanza a la búsqueda de su (otra vez) libertad (pero, en este caso) financiera.
La paradoja aquí no está dada por un discurso pretendidamente contracultural que invite al abandono del propio ego pero que simultáneamente convierte al sujeto en un bien de consumo. La paradoja se da de otro modo: la plenitud personal se obtiene a través de liberarse del trabajo haciendo que “el dinero trabaje para uno”; para llegar a ese punto, hay que realizar una transformación fundamental de uno mismo. Transformación que consiste en desprenderse de la idea de que ganar dinero es algo malo.
En un mundo en el que la redistribución de la riqueza es tan inequitativa, no es descabellado asumir que la acumulación de capital es una forma de egoísmo (validada, pero egoísmo al fin). Ahí está el truco que produce neoliberalitos: no creas que esa conducta egoísta es mala. Otro modo de decirlo: quienes tienen mucho dinero no son personas malas ni los responsables de tu miseria (aunque se sirvan de vos y de tu tiempo para conseguir ese dinero). ¿Querés ser alguien libre (financieramente)? Sé egoísta. Acumulá capital.
Volvamos un segundo a pensar en el amor y sus formas contemporáneas. ¿No es la acumulación de capital erótico una manera de gestionar posiciones en el campo la esfera romántica? Ese capital erótico tampoco está, sin dudas, distribuido equitativamente, porque la industria cultural establece parámetros claros en torno a qué es la belleza o lo deseable. ¿Querés ser alguien libre (amorosamente)? Esquivá el compromiso, acumulá conquistas sexuales como quien acumula capital. Sé egoísta pretendiendo no serlo (como el exitoso) o justificándolo en una madurez emocional que te permite ver el mundo más allá de tu propio ego. — Sé un heterodoxo del amor.
Escribe Fridman (página 19):
La mayoría de los libros de autoayuda financiera no ofrece fórmulas simples para volverse rico rápidamente, sino que les sugiere a los lectores que podría haber algo fundamentalmente errado en el núcleo de quiénes son como personas y les advierte que deberán soportar un proceso de autotransformación prolongado y difícil para corregirlo.
Si quitamos la palabra “financiera” y cambiamos “rico” por “felices”, el fragmento puede pasar por una primera sesión de psicoanálisis. (¿Cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas?, le pregunta Freud a Dora).
Si a “felices” le agregamos “en el amor” y asumimos que lo “errado” tiene que ver con cierta conducta egoísta y antigua de concebir los vínculos como posesión del otro (y no como elecciones que suponen una forma de reconocimiento del otro, en tanto nos hace sentir suficiente para la satisfacción propia y, así, superar la soledad), el fragmento es la declaración de principios que toda persona que elige relacionarse de modo no monogámico expresa al ser consultada por dicha elección.
Bajo todas estas formas de heterodoxia (parejas con relaciones no tradicionales, modos de subsistencia en forma de trabajo no asalariado) — que se exhiben como vías de acceso a la libertad, lo que se oculta es la pretensión de dejar al sujeto solo y creyéndose responsable de sus fracasos, para de este modo no poner en evidencia que hay una estructura subyacente que lo excede, lo limita, y lo condiciona. Una estructura que explica la imposibilidad de obtener esa plenitud al final de la búsqueda. Un camino en forma de laberinto que termina siempre en su inicio y su reiteración, ya que el errado es uno y se ve obligado a recorrerlo nuevamente con otra actitud.
La autodisciplina es la peor forma de disciplinamiento.
Le cuento a mi amiga D. una experiencia amorosa personal. D. es psicóloga. Me responde: “Dejá de hacerte la víctima, no hay nada más deserotizante que la queja”. Si me quejo, pierdo el capital erótico que me aseguraría una posibilidad de éxito en el mercado del amor. Así que no me quejo. Me adjudico la responsabilidad de ser el artífice de mi propio fracaso. “La próxima vez, hacé mejor las cosas”. La siguiente búsqueda, la próxima vuelta al laberinto.
Prendo el televisor y, ante la desigualdad económica y la miseria, escucho a alguien afirmar: “El que es pobre, es pobre porque quiere”. Dice, más o menos, lo mismo que D.