Mientras escucho el podcast Intoxicado. El caso de Pity Álvarez.
Vemos a Fernán Mirás sentado en el inodoro de un baño mugriento. Rasguea una guitarra criolla y tararea. No está cagando, está componiendo. ¿Cómo sabemos que es un baño? Porque vemos a alguien entrar y mear en un mingitorio, mientras Fernán Mirás continúa con el tarareo. Otro personaje, el más conservador del grupo de amigos, completa el cuadro:
¿Nunca les enseñaron que los baños son para hacer pis y caca?
La escena recrea uno de los mitos fundacionales del rock nacional: La balsa, el himno de una generación, se compuso en el baño del bar La Perla, en el barrio porteño de Once.
Tango feroz no sólo narra la vida de José Alberto Iglesias (alias Tanguito, alias Ramsés VII). También permite cartografiar cierta relación entre la música popular y la política.
Hace mucho tiempo que no vuelvo a ver la película, pero todos mis recuerdos ubican sus escenas en espacios interiores. Recién mencioné el baño, que es el espacio más íntimo y de mayor encierro. Aunque también hay numerosas escenas de habitaciones. Incluso, la segunda parte de la película transcurre adentro de un manicomio (que es, en cierto sentido, un doble encierro; un encierro espacial y a su vez psíquico). Cuando Tanguito intenta salir de ese manicomio, encuentra la muerte. El espacio exterior es concebido como hostil, amenazante, peligroso. Otra de las pocas escenas en exteriores que recuerdo muestra una manifestación estudiantil que termina en represión.
Estoy muy solo y triste acá / en este mundo abandonado. / Tengo una idea / es la de irme al lugar que yo más quiera.
Ese lugar aún no tiene nombre. Durante la dictadura, cualquier movimiento era hacia adentro. El afuera ni siquiera podía ser nombrado.
En Rayos solares barrocos, Mark Fisher encuentra esta misma cancelación del espacio público en Gran Bretaña cuando se prohibieron las raves. No parece casual que la película argentina haga una descripción similar en el período idéntico al que Fisher ubica esta dinámica del neoliberalismo. Tango feroz se estrenó en 1993. Escribe Fisher:
Hacia fines de la década de 1980 y comienzos de la de 1990, la privatización psíquica que es hoy característica notable de la vida contemporánea británica entró en una nueva fase. La huela de mineros en los ochenta representó la derrota de una forma de vida colectiva. (…) la retirada, y la denigración, del espacio público. En la medida en que los hogares estuvieron más conectados, el espacio exterior comenzó a ser abandonado, patologizado y cercado.
Esta dinámica responde, según él, a mecanismos que son indispensables para que el capitalismo como ideología triunfe: el exorcismo cultural (eliminar formas colectivas del ocio), purificación comercial (quitarle la contaminación al espacio puro de la feria como ámbito de comercio) y la individualización forzosa (suprimir manifestaciones en la que las identidades individuales se desvanecen).
La cultura responde a una embestida política a través de la música. Toda la obra de Fisher gira en torno a esto.
Diego Alonso, el narrador del podcast Intoxicado, menciona en el inicio del segundo episodio que el barrio Comandante Luis Piedrabuena - un complejo habitacional ubicado en Villa Lugano, Buenos Aires - fue fundado a instancias de la Secretaría de Vivienda del Gobierno Militar; y tuvo como objetivo reubicar a las familias de Ciudad Oculta, una villa de emergencia que había ido extendiéndose desde su fundación. Otra vez, delimitar, disponer encierros dentro del espacio urbano.
Y, nuevamente, la música.
Al narrar su juventud con Pity - ya en la segunda mitad de la década del ‘80 -, el escritor Juan Diego Incardona nos cuenta que:
Para mí no se puede pensar el fenómeno de todas las bandas de los ‘90s sin la cultura de la esquina. (…) Donde ocurrieron las primeras zapadas. (…) Nosotros veinte, veinticinco pibes en una esquina. Caminabas otras veinte cuadras te encontrabas otra zapada. (…) Bailar en la vereda, muchas veces ir presos, los vecinos que se quejaban. Nosotros terminamos tocando esas zapadas muchas veces al costado de Ricchieri. (…) Todos zapando rock nacional. Mucho Almendra, Charly, Manal, Vox Dei, Moris. Y en un momento, empiezan las letras propias.
Coincide, en Argentina, con la retirada de las políticas progresivas. Finalmente, la educación sentimental proveniente de la cultura rock anglosajona de los ‘70s y ‘80s había dado las herramientas para responder a estas cancelaciones políticas de lo colectivo: la música. Se supo, entonces, hacia dónde tenía que ir esa balsa. Esas canciones, compuestas en baños, había que sacarlas a la calle (a la esquina) para ser herramientas de libertad.
Que sea Diego Alonso el narrador de este podcast es fantástico. Protagonizó Okupas, una serie del año 2000 en donde esta tensión entre lo interior y lo exterior - y la música - estructura la trama. Un caserón antiguo donde ingresa gente a hacer una experiencia colectiva y que al mismo tiempo es expulsada. A diferencia de Tango feroz, la serie termina con una salida al exterior que ya no se percibe como peligrosa: los protagonistas emprenden un viaje (una búsqueda).
La última manifestación de esta búsqueda se da durante los mismos años: la cumbia villera. Un fenómeno, también, de esquina. Nuestra propia forma del rave como respuesta a la crisis del 2001.
Las políticas progresistas que tuvieron lugar durante los gobiernos de Néstor y Cristina puede que estén relacionadas a este repliegue de expresiones culturales marginales que recuperen lo colectivo como forma política en sí misma. Por un lado, durante esos años importamos formatos musicales a los que vaciamos de ideología contestataria (como el reggaetón) o a los que privatizamos su enojo (como el trap y sus beefs). Y por otro, cada vez que se anuncia un discurso público de Cristina, las redes sociales se llenan del siguiente mensaje:
“Hoy toca CFK”; como si fuera un recital, una rave, un bailongo.