Cualquier espacio verde urbano está repleto de cadetes de Rappi. Se reúnen allí a la espera de que el celular les indique hacia dónde ir, qué pedido transportar. Leí en Capitalismo de plataformas de Nick Srnicek que el modelo de trabajo de estas empresas es similar al de los jornaleros: peones rurales o estibadores que aguardan ser llamados circunstancialmente, mal retribuidos económicamente, y descartados de inmediato sin ningún tipo de consecuencia. El celular, una herramienta de supervivencia más que de liberación.
Existen otros espacios de virtualidad cuya novedad se desvanece si los observamos sin un entusiasmo obligado. Los generadores de contenido, por ejemplo, que intentan captar seguidores en diversas redes sociales. ¿Para qué? Para ingresar luego en el mercado tradicional del ámbito en el que se destaquen. Bloggers o tuiteros que finalmente editan un libro en formato papel, en una editorial, firmando el mismo tipo de contrato que firmaría un escritor que jamás haya prendido una computadora. Influencers de Instagram que exhiben sus vidas a cambio de una forma económica aún más rudimentaria: el trueque — que ahora se llama canje.