“Sí, estamos haciendo que los likes sean privados. Los likes públicos incentivan malos comportamientos. Por ejemplo, muchas personas se sienten disuadidas de darle like a cierto contenido ‘inquietante’ [edgy también puede entenderse como provocativo o polémico] por temor a las represalias de los trolls o para proteger su imagen pública. Pronto podrás dar likes sin preocuparte de quién pueda verlos”. Así lo anunció Haofei Wang, ingeniero de X, en este tuit.
Desconfiá cuando un poderoso te diga que hace algo para beneficiarte.
No se trata de proteger la dignidad de políticos trasnochados faveando tetas. Se trata de una estrategia pensada para la comunicación política. Una medida orientada a construir legitimidad bajo las normas digitales. Y está en consonancia con otras medidas que Elon Musk ha implementado en la plataforma desde su adquisición. Por ejemplo, limitar el uso de la API. Antes existían librerías en Python (y asumo que en otros lenguajes de programación) que permitían recolectar big data de Twitter y someterla a análisis. Así, era relativamente sencillo rastrear el inicio de un hashtag y mapear su difusión. O examinar masivamente las cuentas que le hubieran dado like a un tuit en particular y poner en evidencia su artificialidad (cuentas con nulos seguidores, de creación reciente, sin actividad regular, etc). Una tarea a veces innecesaria, como recordarán los usuarios que en la campaña presidencial de 2019 se cruzaron con el tuit de: “Satisface a Mauricio. Caricias significativas desde Hurlingham”. Bueno, no siempre la operación es tan burda.
Lo que se pretende con estas disposiciones presentadas bajo el paternalismo de la protección, en realidad, es imposibilitar la capacidad de desarticulación de las operaciones de comunicación política digital.
Gloria Origgi, en un artículo publicado en Aeon, señala la siguiente paradoja: en la sociedad de la información vivimos cada vez más desinformados. Por lo que, en la era digital, estamos obligados a reconstruir el “camino reputacional” de la información. ¿Quién la ha pronunciado? ¿Cuáles son sus fuentes? ¿Cómo está construida esa autoridad de enunciación? Etc. Esto supone un esfuerzo que prácticamente nadie está en condiciones de hacer. De modo que el criterio de validación termina siendo el nivel de adhesión colectiva. O sea, la cantidad de likes. Quien posea más likes tiene razón. Porque ¿cómo podría estar equivocado alguien que cuenta con tanta adhesión a su punto de vista?
El equipo de comunicación digital del presidente Milei contrató a un ejército de trolls para invertir la ratio que el usuario Hagov Adorni le había hecho en Twitter. A pesar de la limitación de la API, quedó expuesto. Sin embargo, persiste el criterio de legimitación dado por la cantidad de likes que validan un discurso en particular.
Quien pueda pagar sus bots likeadores tendrá razón. Y nos ha sido negada la posibilidad de exhibir la manipulación.
Ya no es posible una acción voluntaria eficaz. Lo inhumano ha ocupado el centro de la escena y los procesos de devastación ambiental y de anulación de la dignidad humana ya son irreversibles, habiendo sido incorporados a la cadena de los automatismos técnicos y psíquicos, de los que no podemos escapar.
Algo importante: para Bifo, el capitalismo es una forma de semiotizar el mundo. Y, como tal, difícilmente reversible una vez incorporada en la psiquis colectiva. En este sentido, toda resistencia nostálgica está destinada a fracasar.
Lo mejor que podemos hacer, entonces, es desertar. El abandono no debe entenderse como resignación, sino como un posicionamiento estratégicamente racional y éticamente aceptable. La forma más radical de combatir, en tanto el capitalismo se funda en la movilización de las energías sociales.
La deserción es el modo ético de cualquiera que pretenda no quedar involucrado en la violencia, en la prepotencia, en el horror; pero también es una estrategia realista (creo que hoy, la única) de sabotaje al poder.
Desconozco las tensiones políticas internas de otros países. Pero, en Argentina, el pasado 24 de Marzo verificamos la efectividad de esta estrategia cuando bloqueamos masivamente cuentas de Twitter que difundían mensajes violentos con la única finalidad de provocarnos. La hostilidad desde el poder no constituye un fin en sí mismo (una exhibición de superioridad) sino un mecanismo. Caer en la provocación implica complicidad. El odio, de esta manera, se convierte en una lógica de funcionamiento. (Esto último no está en Bifo).
Con la expresión “éticamente aceptable” quiero significar que en las condiciones actuales la participación en política implica ser cómplice de una violencia inaceptable. El pacto con el enemigo corta cualquier potencia emancipatoria de la propia acción.
Eliminar de la esfera pública virtual el discurso crítico del poder supone eliminar, precisamente, el motor que alimenta a ese poder, su condición de posibilidad. Al confrontar, otorgamos el doblez indispensable para que ese poder oculte su propia inconsistencia.
La forma más efectiva de ganar una discusión consiste en no iniciarla, o en abandonarla apenas sea propuesta.
Se me ocurrió que sería un buen ejercicio - personal - publicar una especie de diario de lectura de Desertemos, el último texto publicado de Bifo Berardi, relacionándolo con fenómenos locales. Como cada cosa que juzgo conveniente para mí, probablemente abandone este diario a la mitad, impulsado por el interés en continuar leyendo sin deterneme a escribir. O quizás no. Sea como fuere, pienso que es valiosa cualquier hipótesis que brinde una explicación tentativa de al menos una parte de lo que sucede y nos desconcierta.
Releo La era del individuo tirano de Éric Sadin.
El yo representa la fuente primera -y en general definitiva- de la verdad.
Estoy en desacuerdo con la primera parte de esa afirmación: creo que la fuente primera de la verdad se construye en otro lugar. Y la relevancia no está en qué es verdad, sino en cómo algo se convierte en verdadero. ¿A través de qué mecanismos lo hace? Me parece más importante detenernos en esto, porque la así llamada batalla cultural es menos una cuestión relacionada con el consenso en torno a ciertas nociones que la búsqueda de modificar el criterio epistemológico necesario para que esas nociones se establezcan como ciertas.
El cambio de criterio epistemológico, para mí, viene dado por la repetición. Una verdad se establece como tal a base de su viralización. Es la razón por la que fake news son compartidas a sabiendas de su falsedad. Generar un consenso en torno al debate sobre la metodología que construye la veracidad de una afirmación demanda un esfuerzo que nadie está en condiciones de hacer por ausencia de voluntad o falta de tiempo. Repetir un mensaje hasta inocularlo en el cuerpo social supone una tarea mucho menos ardua. La dinámica de redes sociales evidencia que la reproducción de ciertos mensajes hasta la náusea es un artefacto efectivo en la construcción de verdad.
Ya no producimos episteme. Producimos doxa.
Bifo Berardi, La fábrica de la infelicidad:
Cuando, en los últimos decenios, las comunidades rastafari jamaicanas han querido regresar a la madre África, sobre la que fabula la música reggae, y han llegado a la Etiopía devastada por la guerra civil y el hambre, han visto disolverse sus ilusiones de regreso a los orígenes en las áridas aldeas de Sheshami. Sucede siempre que se busca la autenticidad originaria. El origen no existe; es una ilusión nostálgica y peligrosa.
¿No le pasa algo similar al peronismo cuando ensaya la búsqueda del sujeto histórico de su doctrina? ¿Dónde están los trabajadores asalariados entre tantos de plataformas? ¿Cuál es la potencia del movimiento obrero organizado en un contexto de creciente flexibilización laboral?
Algo para aprender del libertarismo: fueron a revolver el tacho de la basura de la cultura para encontrar dispositivos teóricos que, al menos, luzcan novedosos. No interesa la eficacia de la teoría – la escuela austríaca de economía nunca fue un modelo aplicable; y no lo será. Lo que importa es la carga ideológica que puede movilizarse a través de ese dispositivo. A eso lo denominan pragmatismo. Y, con su apariencia innovadora, logra capturar la sed social por lo original. Una fascinación ante lo nuevo que ha sido inoculada mediante el aparato discursivo de Silicon Valley, eterno dador de revoluciones disruptivas. Aquí, una razón (tal vez, además) del éxito de los outsiders en la política.
En este sentido, sería errónea la pretensión volver a Perón desde Perón. Incluso, sería erróneo volver a Keynes para contar las bondades el Estado de Bienestar. Abandonar la nostalgia es una crítica que muchos pensadores de izquierda (Srnicek, por ejemplo) señalaron sobre la propia dinámica de los movimiento emanipatorios. La efectividad de esa estrategia antinostálgica se verificó del otro lado del arco ideológico.
Hay más chances de seducir políticamente desempolvando a (digamos) un viejo anarquista italiano borrado de la historia que recordando a Perón. Sobre todo, cuando la disolución del contrato social ha llegado a un punto tal que la propuesta de que la gente viva apenas un poco mejor (un anhelo en apariencia modesto) tiene ya una potente carga subversiva.
Y el peronismo es, como sabemos, un humanismo.